“90 minutos +” es el nombre de esta última gira de India Martínez. Una vuelta a España que llega sin el respaldo de un disco ni de un single, como nos tienen acostumbrados los artistas. Pero cuyo respaldo reside, en este caso, en todo ese público que durante años se ha labrado la cantante cordobesa. 

El pasado sábado 13 de agosto, India Martínez se subió al escenario de San Lorenzo de El Escorial; un escenario frente al monasterio cuya plaza estaba abarrotada de gente. Gente a pie del escenario, gente subida a los muros que delimitaban los jardines del monasterio, gente sentada en la plaza, gente subida a hombros de sus acompañantes…Una multitud que podría estar en torno a las 3.000 personas y que coreaban al son de una preciosa voz.

India: un arte que corre por las venas de raíz andaluza y gitana

Comenzaba el show con el arte andaluz. India salía ante su público para cantarle a su tierra y a sus raíces. A Andalucía.

Dicen que no hay persona con más suerte que aquella que en su travesía por la vida, lleva en el corazón un hogar al que volver. Y no hay nada más sincero que ver a alguien cantarte sobre su hogar. Y más, si es con esa voz. Que en el caso de India es muy peculiar; tiene rasgos de nasalidad y un color que no sabría describir. Que forma parte de eso que llaman “un don” o “duende” y que, ya desde sus primeras notas, dejaba en silencio al público que la esperaba.

A lo largo del show se pudo disfrutar de muchos de los grandes singles que recorren sus 9 discos de estudio: “Los gatos no ladran”, “Camino de la buena suerte”, “Vencer al amor” y un “La Gitana” en donde derrocha arte sobre el cajón flamenco. Algo que no es nada fácil y que, sin embargo, hace con una fluidez sorprendente. Al menos, sorprendente para alguien que la veía en directo por primera vez y desconocía esta faceta suya.

Además de sus propias canciones, deleitó al espectador con otras que canta desde su niñez. De nuevo, nos abre las puertas de su hogar. Cálido y sincero. Entre estas, “Un ramito de violetas” fue el homenaje a la cantautora Cecilia. Una versión que hace sobre el piano – al que se subió con mucho desparpajo entre risas que compartía con el público- y que le sienta como un guante. La canción de por sí ya es una maravilla. Pero reconozco que la versión de India, como la de Manzanita, le dan una perspectiva tan bella que no hace más que ratificar que es, en sí, una muy buena canción.

Todo el público pedía 90 minutos más

El “final” del concierto llegó pronto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Pero faltaba ese bis que en cuanto desapareció la artista, todos comenzaron a pedir.

Es curioso, porque lo más habitual es que el público comience su cántico “otra, otra” para pedir que salga de nuevo el artista. Pero en este caso, simplemente la gente se quedó inmóvil en su sitio con la esperanza de que las luces volviesen a enfocar a la protagonista. Porque querían escuchar más a India, porque faltaban algunas canciones imprescindibles para todos… Los silbidos y la posición inmóvil de los asistentes, fueron la forma de gritar ese bis. Que, finalmente, llegó.

“90 minutos” fue una de las canciones con las que India comenzaba a despedirse. Y esta vez, de verdad. Sin dejar indiferente a nadie.

Vi al público alzar sus brazos al son. Encender las linternas de sus móviles. Vi a parejas mirándose a los ojos dedicándose la letra. Les vi besándose.

Porque todos ahí, queríamos 90 minutos más. Con India. Y con todos aquellos que llevábamos de acompañantes.

Qué bonito canta India al amor y sus reveses. Esa voz de la que antes hablaba, es capaz de ser el arañazo que provoca el desamor, el refugio que uno busca cuando lo vive, o la calidez del fuego encendido. Y también la soledad.

Y supongo que de ahí viene el éxito de esta gira “90 minutos más” de India. Que, aunque, llegue sin respaldo discográfico, es ese refugio al que todo el mundo quiere acudir para soltar y sanar las heridas. Y ante eso, no es necesario un nuevo CD o single. Solo es necesario que alguien te abra las puertas de su hogar.

Como India Martínez hace.

Del suelo, al piano, a los saltos junto al público

De entre los conciertos a los que he podido asistir este año, este ha sido el único en el que he visto a la artista tirada en el suelo. ¡Menuda fantasía! Fue gracioso ver a India cantar las últimas palabras de una de sus canciones tirada en el suelo. Extasiada de la emoción, supongo.

Y es que son este tipo de gestos los que dan naturalidad al disfrute. Al público le gusta ver cómo su artista favorita, le canta como si estuviese haciéndolo frente al espejo en su habitación y acaba tirada en la cama de toda la energía que ha derrochado.

Ayuda a compartir el sentimiento. Y es una anécdota más que refleja la entrega de quien está subido al escenario.

Pero es que, en definitiva, no es de extrañar. Porque si se hace un repaso por las palabras que he escrito en esta reseña, uno se da cuenta que India Martínez sigue siendo una niña que sueña con cantar. Que está en su hogar, al que te invita. Que se sube a su piano – pidiendo antes permiso- porque desde ahí, las cosas se ven de otra manera. Que se tira al suelo como quien lo da todo. Y luego, salta de un lado al otro del escenario animando a un público que le sigue vaya a donde vaya.

Disfrutar de India Martínez es darse la licencia a uno mismo de sentir sin vergüenzas. Porque, aún rodeado de personas, uno no piensa en si le verán derramando una pequeña lagrima o cantar a voz en grito. Con India uno libera endorfinas que sanan el corazón.

Y, bajo una luna de agosto frente al monasterio de El Escorial; termina el concierto de India Martínez, y uno se dice a sí mismo “joder, qué suerte he tenido de poder sentir sin límite ni frontera”.